«Diálogo», solución para muchos males
Nuestra época tiene la particularidad de demandar tolerancia hacia temas que de entrada eran intratables hace algunos años. Es un buen signo abogar por el diálogo y el respeto, pero, me parece que debemos ser más intencionales, debemos propiciarlo con mayor intensidad.
Actualmente, los signos de los tiempos nos invitan a repensar y replantear nuestras posiciones frente a muchos temas, tal podría ser el caso del diálogo interreligioso. Importante tarea para un tiempo donde se fortalecen los rechazos hacia todo lo que es diferente. Hasta hoy se percibe cómo se expande el prejuicio hacia el diálogo interreligioso, que no es más que el diálogo constructivo, de profundo respeto y trabajo colaborativo junto a otras perspectivas de la fe, otras visiones del mundo. El teólogo Hans Küng menciona que los sectores religiosos tienen pendiente la tarea en dos direcciones concretas: «ad intra», en el ámbito del diálogo intraeclesial e intracristiano, y «ad extra», en el ámbito del diálogo extraeclesial y extracristiano del mundo con sus diversas regiones, religiones, ideologías y ciencias1. Esto significa que, la realidad nos invita y desafía a dialogar hacia dentro y hacia fuera de nuestras organizaciones y comunidades de fe.
En el año 2,017 escuché a la teóloga alemana Margit Eckholt decir: Lo que hemos creído nos ha separado por mucho tiempo, ahora, tal vez lo que buscamos nos lleve a trabajar unidos. Por su parte, Harold Segura dijo recientemente, para el diálogo es más decisivo el qué queremos, y no tanto el qué creemos.
En este sentido, quizás, uno de los criterios fundamentales para el diálogo con otras y otros pueda ser el «paradigma de la vida». Es decir, si otras comunidades de fe, organizaciones y religiones velan por la vida, ¿Por qué no podemos dialogar y trabajar de la mano? En los últimos años se ha comprendido que, la motivación fundamental de las diferentes religiones, espiritualidades y saberes es resguardar y promocionar la vida en todas sus formas. Con esto quiero decir que tenemos una lucha común, hará falta trabajar por ella.
Pues bien, si este diálogo parece ser una propuesta totalmente razonable, humana y profundamente cristiana (que tiene como referencia a Jesús de Nazaret), ¿Qué la hace inviable en la práctica? Los fundamentalismos. Nuestros países latinoamericanos son mediados por una visión absolutista. Sólo una lectura, una interpretación y una voz es válida, las alternativas son anuladas. Asumir esta posición dificulta la apertura y el diálogo con la diversidad, cualquiera que sea su expresión. Los fundamentalismos no reconocen como legítimas otras voces y perspectivas, todo lo que tenga aroma alternativo, huele a peligro, amenaza.
Frente a esta realidad terrible y abrumadora, hay algo que me provoca profunda esperanza: personas, comunidades de fe y organizaciones con vocación de diálogo. Creo firmemente que el Espíritu de Dios, convoca, sugiere, anima y permite hacer otra lectura de los tiempos. Al contar con otras experiencias, participar en diferentes espacios y tener contacto con más gente ayuda a superar los prejuicios que marcaron la vida de quienes nos precedieron. De esa forma el diálogo puede ser una solución para muchos males, porque podríamos pasar del ataque al respeto, en beneficio de la vida.
Anteriormente comenté que debemos ser más intencionales e intensificar los esfuerzos para el diálogo. Aquí me gustaría mencionar algunas actitudes que ya están presentes en muchas relaciones pero, no estaría de más visibilizarlas y fortalecerlas para que tengan mayor alcance: a) Cooperación: Para muchas personas, iglesias y organizaciones es práctico relacionarse y formar alianzas sin importar mucho su procedencia, convicción religiosa, color de piel, etc. b) Cambio de relaciones: Genera esperanza que se busquen y establezcan relaciones equitativas, no de dominación; de inclusión y respeto; horizontales, no verticales; de escucha, y no sólo de anuncio. c) Alteridad: El reconocimiento de la otra persona y grupo como alguien falible, capaz de sentir y pensar, sin importar si siente y piensa diferente a mi tradición, y propia perspectiva. Y muchas actitudes más, por supuesto.
En los diferentes espacios donde nos movemos, sean comunidades de fe, organizaciones y otros, tenemos la tarea de propiciar las condiciones para el encuentro y el diálogo. Además, podemos y debemos fortalecer estos signos, por pequeños que parezcan, para que tengan eco en las dinámicas sociales y en la vida cotidiana de las personas y comunidades con quienes tenemos contacto.
Por último, aunque hasta hoy no sea una práctica recurrente, siempre es un buen momento para empezar a abrir la mente y el corazón, mostrar respeto, escuchar, conocer y compartir con quien es diferente a mí. Este escrito está pensado en clave de diálogo interreligioso, pero, sin duda alguna, es necesario llevarlo a otros ambientes, y así logre abarcar todas nuestras relaciones.